martes, 25 de febrero de 2020

E - El objetivo microcósmico de la finalidad requiere de la metempsicosis.

E - El objetivo microcósmico de la finalidad requiere de la metempsicosis.

De acuerdo con lo visto en el articulo 'D' podemos afirmar que el cuerpo del pasú es un "microcosmos potencial" que TIENDE a actualizarse plenamente en la entelequia humana. Mientras progresa hacia esa perfección el microcosmos PARTICIPA DEL TIEMPO TRAS­CENDENTE DEL MACROCOSMOS, en el cual se sincronizan todos sus movimientos inter­nos. Por eso el objetivo de la evolución, la autonomía óntica, exige LA SUSTITUCIÓN DEL TIEMPO TRASCENDENTE POR UN TIEMPO PROPIO DEL MICROCOSMOS, UN "TIEMPO INMANENTE" A CUYO FLUJO SE ORDENEN Y REALICEN LOS PRO­CESOS INTERIORES. Este "objetivo", naturalmente, no es otro que el objetivo microcósmico de la finalidad, el cual se propone desarrollar un "sujeto histórico" o conciencia cuya nota principal es, justamente, la temporalidad inmanente. En el articulo "F" se estudiará en detalle la relación entre el tiempo trascendente y el tiempo inmanente; aquí nos interesa dejar en claro que el objetivo microcósmico SÓLO PUEDE SER ALCANZADO CON EL CONCURSO DE LA METEMPSICOSIS.
El Demiurgo, en efecto, no puede permitir que el progreso evolutivo se interrumpa por la disolución orgánica del microcosmos, esto es: por la muerte del pasú. En realidad, el ciclo de vida del microcosmos depende sólo del tiempo trascendente: mientras exista la participación habrá fatalmente una disolución formal, como ocurre con todo ente orgánico. Pero si el micro­cosmos actualiza su potencialidad y se INDIVIDUALIZA, es decir, se independiza temporal­mente del macrocosmos, entonces podrá escapar a la disolución, a la muerte, porque los proce­sos internos quedarán "detenidos" para el tiempo trascendente. El objetivo microcósmico ase­gura, así, que en algún momento de la evolución se alcanzará la inmortalidad del cuerpo ma­terial. Ahora bien: en tanto ese momento llega ¿puede perderse, con la muerte y disolución del microcosmos, el progreso individual obtenido en la construcción del esquema de sí mismo? Respuesta: Todo esquema de si mismo queda impreso en el alma, durante la vida del micro­cosmos, de tal modo que al desencarnar, tras la desintegración orgánica, lo conserva con carác­ter permanente.
Vale decir: el esquema de sí mismo, que es parte del "alma" del pasú, SOBREVIVE A LA DISOLUCIÓN DEL MICROCOSMOS PARA MEJOR CUMPLIMIENTO DEL OBJE­TIVO MICROCÓSMICO. Estamos pues ante una evidente paradoja. Sin embargo tal parado­ja pierde consistencia si miramos las cosas desde el punto de vista del Demiurgo, que es quien ha determinado el modo en que se debe cumplir la finalidad. Con esa perspectiva, hay que co­menzar por admitir que lo que interesa, en primer lugar, es el objetivo macrocósmico; la pro­ducción de cultura. Este objetivo es sociocultural y tiene por fin preservar el sentido puesto en los entes por los miembros particulares de la comunidad cultural: una "cultura" es el sostén comunitario de los objetos culturales, es decir, de los entes signados por la expresión humana. Una cultura, demiúrgicamente entendida, es, pues, una macroexpresión de la evolución colecti­va alcanzada por la comunidad: los objetos culturales son proyectos que demuestran el grado de evolución alcanzado porque son medida de la inteligencia de los proyectistas. Recordemos que el placer del Demiurgo está en el "descubrimiento posterior de la obra", tarea que ha sido reservada al hombre. Los objetos culturales son, justamente, la afirmación del designio descu­bierto en los entes, vale decir, un "bien supremo".
Para el Demiurgo, entonces, el bien radica en el cumplimiento de la CONDICIONES del desarrollo cultural de una comunidad, es decir, en que ese desarrollo no se detenga en nin­gún momento, en que crezca y transforme la realidad indiferenciada de los entes universales en una superestructura de objetos culturales. Las CONDICIONES del desarrollo cultural de una comunidad dependen, naturalmente, de la evolución PARTICULAR de sus miembros, que son quienes "ponen" el sentido en los entes. Es por estas CONDICIONES que la finalidad del pasú, aparte del objetivo macrocósmico general, supone un objetivo microcósmico particular: la evolución de un "sujeto individual" que procure la autonomía del microcosmos y, obtenida ésta, otorgue máximo sentido a la obra del Demiurgo.
El sujeto individual, que al principio de la evolución es "racional" y al final "consciente", es la manifestación del alma en las estructuras del microcosmos. Y el alma, por la metempsi­cosis, transmigra durante millones de años para manifestarse, cada vez, en un mi­crocosmos más perfecto, más cercano al objetivo microcósmico de la finalidad. De aquí que surja la ne­cesidad de aclarar, aunque sea brevemente, la relación entre el "sujeto" individual y el "alma", ya que el estudio analógico de la "expresión energética del pensamiento" nos exigirá una defi­nición rigurosa del sujeto consciente que anima al esquema de sí mismo.
En primer lugar precisemos qué debe entenderse por "alma". El pasú, como todo ente orgánico que evoluciona, es la manifestación de un Arquetipo universal y de una mónada: la mónada es el soporte del organismo individual que evoluciona conforme al Arquetipo univer­sal. Pero la mónada no "desciende" jamás al plano material sino que permanece en el plano ar­quetípico desde donde es proyectada por el aspecto Voluntad del Demiurgo hacia el plano ma­terial. Durante la vida del pasú la mónada sostiene el cuerpo material y evoluciona con éste; o, con otras palabras: la manifestación de la mónada en el plano material es el microcosmos. Al morir el cuerpo animal del pasú el microcosmos se disuelve y, tras la desintegración orgánica, la mónada deja de manifestarse materialmente. Sin embargo la mónada no se desconecta com­pletamente del plano material pues un término energético, procedente del microcosmos, subsis­te aún desencarnado: es el "alma" del pasú.
El alma es, así, lo que permanece siempre manifestado de la mónada; lo que evoluciona en el microcosmos e involuciona parcialmente durante la desencarnación; lo que sobrevive a la disolución conservando la evolución experimentada, para retornar nuevamente en la génesis vital de otro microcosmos. Pero en esta metempsicosis el alma no reencarna en nuevos cuerpos " como aquel actor que se prueba diferentes ropajes”, y "mira a través de los ojos de distintas mascaras”, según es creencia común de la palingenesia ingenua. Si así lo hiciera debería exis­tir continuidad mnémica de los actos experimentados en todos los microcosmos, e decir, debe­ría ser natural "recordar las vidas pasadas”. Por el contrario, en cada microcosmos vivo, el sujeto pensante jamás rememora "naturalmente" ningún recuerdo de una vida anterior. Ello no ocurre porque el procedimiento dispuesto por el Demiurgo para la transmigración de las almas impone a éstas, durante el periodo de desencarnación, una "involución" del sujeto en sí mismo que produce la amnesia mencionada. Explicaremos paso a paso el procedimiento de metempsi­cosis pero sin extendernos demasiado en los detalles.
El alma, en tanto que manifestación sutil de la mónada, sostiene al microcosmos difundiéndose en toda su estructura, actuando como un "cuerpo doble". Sin embargo sólo en la estructura psíquica, debido a su naturaleza energética, se verifica un contacto fluido entre la vida orgánica y el alma. Los tres "sujetos que hemos mencionado en el articulo "E"" del inciso anterior, el "sujeto racional", el "sujeto cultural" y el "sujeto consciente" o "histórico"; no son más que manifestaciones individuales del alma de pasú en las distintas estructuras del micro­cosmos. De estas estructuras sólo el esquema de sí mismo o esfera de conciencia tiene la  posibilidad de impresionar en forma permanente al alma: la estructura del cerebro y la estructu­ra cultural son demasiado groseras como para afectarla de alguna manera.
La alteración que el esquema de si mismo causa en el alma, en cambio, la modifica de tal modo que su efecto persiste aún cuando el microcosmos se ha desintegrado completamente. Pero el esquema de si mismo representa "toda la conciencia " que es capaz de alcanzar un mi­crocosmos, vale decir, es un grado evolutivo. Por eso el alma, al quedar modificada permanen­temente por el esquema de si mismo, en realidad se ha auto modelado en el sentido de la entele­quia humana, es decir, ha evolucionado.
Supongamos ahora que un alma ha desencarnado profundamente impresionada por un esquema de si mismo al que anima como un "sujeto consciente". Siendo el esquema de sí una historia del microcosmos que ha quedado incorporada al alma, es evidente que el sujeto aními­co ha de recordar lo vivido no obstante estar desencarnado. Entonces ¿por qué en una posterior encarnación el alma aparece desprovista de recuerdos? Respuesta: 1º) porque la evolución del microcosmos obedece a una SECUENCIA JERÁRQUICA irreversible que obliga al alma a manifestarse inicialmente como sujeto racional del cerebro o "razón"; 2º) sin embargo, previa­mente a la encarnación, se efectúa una "involución del sujeto de sí mismo" que causa el "olvido" parcial de los recuerdos innatos.
1º - Para entender esta respuesta hay que considerar, ante todo, que el alma sólo puede manifestarse EN una estructura adecuada o vehículo. Esta condición viene por ser el alma ex­presión energética de la mónada, la cual es fundamento de todo proceso arquetípico particular: en este sentido, la mónada es el sujeto individual en todo ente que evoluciona de acuerdo al impulso formativo de los Arquetipos universales. En el caso particular del microcosmos, el alma es siempre sujeto anímico de una estructura; y la afirmación contraria también es válida: sin estructura no hay manifestación anímica posible. Teniendo en cuenta tal condición, y todo lo visto hasta aquí sobre la formación de la estructura cultural y el esquema de sí mismo, po­dremos entender fácilmente la respuesta anterior.
Si reflexionamos sobre lo estudiado hasta aquí comprobaremos que, en efecto, se cum­ple una tácita SECUENCIA JERÁRQUICA en la formación de las estructuras del microcos­mos: en el génesis sólo existe el cerebro, es decir, la memoria arquetípica; el alma no puede hacer otra cosa que animar tal estructura y operar con sus funciones; como sujeto racional o "razón" el alma descubre el designio en los entes y construye la estructura cultural, a la que luego animará como sujeto cultural; y desde la estructura cultural irán emergiendo hacia las capas superiores de la psique los símbolos que conforman el esquema de si mismo, al que el alma animará como sujeto consciente o histórico. He aquí la secuencia completa: el alma anima a la memoria arquetípica o cerebro como sujeto racional o "razón" y construye la estruc­tura cultural a la que anima, a posteriori, como sujeto cultural, desde donde construye el esquema de si mismo al que anima, por último, como sujeto consciente o histórico.
No hay manera "natural" de alterar esta secuencia: el alma encarnada siempre debe co­menzar por animar un cerebro infantil, por ser sujeto racional. A partir de ese comienzo inevi­table está la posibilidad de desarrollo estructural que subyace en la potencia del microcosmos potencial: si las limitaciones genéticas del microcosmos particular lo permiten, quizá se pueda alcanzar un alto grado de conciencia. Pero lo que no se podrá hacer es alterar la secuencia je­rárquica que ordena la aparición de los sujetos anímicos.
Está claro ahora en que consiste la secuencia jerárquica de la formación estructural, mas no se ve con igual claridad por que el alma, en una posterior encarnación, aparece desprovista de recuerdos. Pero la respuesta es simple, radica en la naturaleza jerárquica de la secuencia, en las determinaciones que impone cada estructura a la manifestación de los sujetos propios. Cuando el alma anima, por ejemplo, a la memoria arquetípica sólo puede descubrir el designio en los entes dados a la intuición sensible: cualquier "recuerdo innato" no se diferencia en nada de la intuición de un ente; pero, como tales recuerdos carecen de designio, son automáticamen­te eliminados por las operaciones de la razón y el sujeto a lo sumo percibe una vaga reminis­cencia o "sensación indefinida de familiaridad". El sujeto racional adquiere, así, un carácter novedoso que no abandona al alma en sus posteriores manifestaciones subjetivas. Esto se en­tenderá mejor si recordamos que los tres sujetos mencionados son en verdad tres aspectos simultáneos del alma: es la misma alma que al manifestarse en cada estructura "momentáneamente" la anima como sujeto propio. Vale decir: el "momento" del alma es el su­jeto anímico y este único sujeto puede animar, en un microcosmos estructuralmente completo, simultáneamente a tres estructuras mnémicas.
Para explicarlo mediante una alegoría podemos suponer que el alma es análoga a un fa­nal de luz acromática, es decir, de color blanco. Si colocamos delante del fanal una lámina provista de una pequeña abertura central ya tendremos el equivalente a un sujeto racional: el haz de luz ácroma que despide la ventana central es el sujeto analógico. Interceptemos ahora el haz con un filtro que sustraiga un color, por ejemplo el azul. Para una luz blanca de 500mu, según las leyes de la Óptica, el filtro azul sólo dejara pasar el 69% y ELIMINARÁ el 31%. Pues bien, ese haz transmitido por el filtro azul, considerablemente reducido, es análogo al sujeto cultural. Mantengamos el filtro azul e interceptemos el haz transmitiendo nuevamente, ahora con un filtro amarillo. Del 69% de luz que penetra al filtro, este sustraerá una parte y transmitirá el 58%, es decir, el 40% de la luz original. El haz resultante, de matiz verde, es análogo al sujeto consciente. Consideremos el experimento alegórico completo. El fanal es el alma que se derrama en todas direcciones en forma de luz blanca. Al colocar una lámina que sólo deja pasar un haz efectuamos una operación análoga a la encarnación del alma: el haz es la misma alma-fanal convertida ahora en sujeto racional. Comienza aquí la secuencia jerár­quica. El filtro azul es análogo a la memoria arquetípica o cerebro: sólo una parte "filtrada" del sujeto-haz llegará hasta la estructura cultural para animarla. Este sujeto cultural debe animar la estructura cultural, representada por el filtro amarillo, y "trascenderla" para constituirse en su­jeto consciente: el haz, reducido en más de la mitad de la luz original, que atraviesa el filtro amarillo es análogo al sujeto consciente (ver figura 26).
Esta alegoría nos muestra claramente que el alma y el sujeto son una y la misma cosa y que, en el microcosmos, hay un solo sujeto que se manifiesta simultáneamente en tres lugares o estructuras diferentes. Si un "recuerdo innato" irrumpiese por casualidad en el sujeto racional, seria eliminado en la misma forma que el filtro rojo sustrae tal color del haz de luz.
2º - Decimos "por casualidad" porque, según se declaró en 2º, previamente a la encar­nación el alma ha sido inducida a "olvidar" los recuerdos innatos, es decir, a no tener presente, durante toda la encarnación, los antiguos esquemas de sí mismo, las "historias" vividas en otros microcosmos. Pero, justamente en el articulo 'A', se dijo que el objetivo microcósmico de la finalidad es la construcción de un esquema de sí mismo que, en última instancia, consista en el microcosmos mismo, racionalizado por el sujeto consciente; vimos también que el esquema de sí mismo, no importa cuan imperfecto sea, impresiona permanentemente al alma y constitu­ye su evolución: en base a tal evolución, obtenida por la asimilación de los distintos esquemas de sí mismo de diferentes vidas, se va perfeccionando cada nuevo microcosmos animado y SE CUMPLE EL OBJETIVO MICROCÓSMICO DE LA FINALIDAD. Siendo así ¿cómo debe entenderse la respuesta 2º, que afirma un olvido previo de los recuerdos innatos? Lo explica­remos de inmediato. Para continuar con el ejemplo propuesto, de un alma que desencarna pro­fundamente impresionada por un esquema de sí mismo al que anima como sujeto consciente, digamos que el procedimiento seguido consiste en practicar la involución del sujeto previa­men­te a una nueva encarnación.
El sujeto "involuciona" cuando se desconcentra temporalmente, es decir, cuando su momento presente se expande en sí mismo y abarca toda la historia "en una sola mirada", he­chos que se confirman por los conocidos relatos de quienes han "resucitado", luego de pasar por la muerte clínica, y han visto "todo lo vivido, en un solo instante". La involución del suje­to, en el sentido expuesto, es necesaria para que el alma pueda ofrecer un nuevo sujeto al mi­crocosmos en el que va a encarnar: el alma, luego de la involución del sujeto anterior, se pre­senta ante el microcosmos con otro aspecto, un aspecto no subjetivo que requiere de toda la secuencia jerárquica para desarrollarse y repetir el ciclo evolutivo de la vida y de la muerte. Pero, a todo esto, ¿qué ha sido del esquema de sí mismo anterior, ése en el que el sujeto invo­lucionó "hasta abarcar toda la historia en una sola mirada"? ¿No era, acaso, necesario su con­curso para cumplir el objetivo microcósmico de la finalidad, para asegurar el progreso indivi­dual del pasú? En realidad no se prescinde, en cada nueva encarnación, de ninguno de los es­quemas de sí mismo anteriores, pues los mismos están irreversiblemente asimilados en el alma: lo que ocurre es que, AL NO ESTAR ANIMADOS POR NINGÚN SUJETO, los esquemas de sí mismo anteriores se sitúan en lugares diferentes del microcosmos al que ocupa el sujeto racional. Con otras palabras: el sujeto racional, primera manifestación del alma, opera desde la memoria arquetípica o cerebro; pero el alma, aparte del sujeto, está difundida "como un cuerpo doble" en todo el microcosmos; por lo tanto, los esquemas de sí mismo anteriores, que perma­necen ajenos al sujeto, van a corresponder con otras partes del sistema nervioso fuera del cere­bro. Es decir: los esquemas de sí mismo anteriores están localizados en distintas partes del cuerpo del pasú, con excepción de las estructuras estudiadas hasta aquí.
Estos "centros" o "chakras", que contienen esquemas de si mismo anteriores, se hallan difundidos por miles en el cuerpo humano. Allí están los recuerdos innatos, la memoria de las vidas anteriores, contribuyendo desde la complexión del alma a perfeccionar el microcosmos viviente. En la alegoría del fanal podemos establecer una correspondencia analógica con los esquemas de si mismo anteriores efectuando pequeñas perforaciones en la lámina con la venta­na central. Las perforaciones rodean, por ejemplo, a la ventana por la que fluye el haz de luz análogo al sujeto racional. Si los rayos de luz que brillan por las perforaciones son análogos a los chakras, es evidente que tales centros de memoria innata son NO RACIONALES. Vale decir, su contenido es IRRACIONAL. Por eso, cuando las prácticas de yoga se realizan con ignorancia, cuando el sadhaka localiza el sujeto sobre un chakra invirtiendo anormalmente el sentido de la secuencia jerárquica, se corre el grave peligro de que el sujeto anime por acciden­te un esquema de sí mismo anterior y de que este tome el control del microcosmos: entonces, desde ese centro inferior, el microcosmos es IRRACIONALIZADO y sobreviene la locura.
Antes de finalizar vale la pena destacar una importante consecuencia del principio ex­puesto en la respuesta 1º y, también, en 'E' del inciso anterior: "sin estructura no hay manifes­tación anímica posible"; "todo sujeto requiere una estructura en la cual manifestarse"; "no puede existir el sujeto sin un vehículo para su manifestación". Hasta ahora hemos supuesto que el "vehículo" del alma es el microcosmos y las "estructuras", donde se manifiesta el sujeto, las aquí estudiadas: cerebro, estructura cultural, esfera de conciencia, etc. Pero el que esta suposi­ción sea cierta de ningún modo excluye OTRAS POSIBILIDADES PARA CUMPLIR CON LA FINALIDAD. Con otras palabras: al pasú le fue encomendada, por el Demiurgo, una fina­lidad: ser postor de sentido en los entes del mundo; pues bien: si el pasú, o cualquier otra raza semejante del universo, DESARROLLA UNA CULTURA CAPAZ DE PRODUCIR TECNI­CAMENTE "ESTRUCTURAS" ADECUADAS PARA LA MANIFESTACION DEL SUJE­TO, ÉSTAS SERÁN "ANIMADAS" EN LA MEDIDA DE SUS POSIBILIDADES DE EX­PRESION. Esto significa que, en tanto se cumplan los pasos de "descubrir el designio" y "proyectar el sentido", cualquier cultura científico tecnológica tendrá la posibilidad de construir ANDROIDES "CON ALMA". Si; CON VERDADERA "ALMA" TRANSMIGRANTE Y EVOLUTIVA. Para ello sólo hace falta que el androide posea un símil de la "memoria arque­típica", es decir, una memoria programada con una colección de signos de entes o autoprogra­mable con información de entes del mundo percibida por medio de censores, y que un procesa­dor electrónico efectúe las operaciones lógicas de comparación o interpretación: cuando el androide ADECÚE su comportamiento en función de la información percibida, es decir, cuan­do EXPRESE UNA CONDUCTA, sin dudas ESTARÁ ANIMADO POR UN EGRÉGORO o, si el androide es lo suficientemente perfecto, POR UN ALMA INDIVIDUAL.
Lo que nunca podrá poseer un androide, ni ninguna estructura artificial, es el Espíritu: en efecto, para que el Espíritu se manifieste es imprescindible LA MEMORIA DE SANGRE, EL RECUERDO DEL ORIGEN, vale decir, algo que jamás podrá implantarse en otra parte que no sea un microcosmos vivo.




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