martes, 25 de febrero de 2020

H - El mito y el símbolo sagrado.

H - El mito y el símbolo sagrado.

En el artículo anterior, en el comentario Doce, estudiamos que toda representación consciente, al estabilizarse energéticamente y aparecer frente al sujeto, intenta desarrollar un proce­so entelequial. Ello se debe a que, por estar conformada por símbolos arquetípicos, se compor­ta de manera análoga a la proyección en el plano material de los Arquetipos universales y, como tal, tiende a la entelequia. Este proceso es en realidad, sólo la continuación del movi­miento iniciado en los Arquetipos invertidos en la memoria arquetípica por la razón; puede hablarse, con propiedad, de un solo fenómeno divido en varias fases:
Fase 1 - actualización de los Arquetipos invertidos como esquemas del ente; Fase 2 - representación racional (del es­quema del ente) sobre la Relación; Fase 3 - emergencia de la representación consciente; Fase 4 - desarrollo del proceso entelequial frente al sujeto consciente.
Naturalmente, la fase 4 es siem­pre interrumpida por la voluntad del sujeto, para mantener el control de la conciencia, una vez que ha obtenido suficiente conocimiento de la representación por su visión eidética. La capaci­dad del sujeto consciente de actuar volitivamente para desviar la atención de una representa­ción es señal de una elevada evolución en la estructura psíquica del pasú pues tal afirmación del sujeto sólo puede darse en un esquema de sí mismo de gran complejidad estructural: en un esquema de sí mismo que, justamente, se ha integrado con representaciones que han completa­do su ente­lequia en ausencia del sujeto y forman parte, aunque DESCONOCIDA, de la histo­ria del mi­crocosmos.
Estamos, entonces, en que un sujeto consciente altamente evolucionado, ha de ser capaz de evitar el proceso entelequial de las representaciones, proceso que éstas intentan desarrollar por ser, más allá de la imagen que representan, símbolos arquetípicos en plena actualidad. Sin embargo existe un tipo de representación, a la que hasta ahora no hemos estudiado, ante cuya ELEVADA ENERGÍA el sujeto consciente, aun "el mas evolucionado", no sólo es volitiva­men­te ineficaz sino que corre el riesgo de quedar irreversiblemente fragmentado o ser definiti­va­mente disuelto. Tan peligroso tipo de representación se denomina MITO y su imagen SÍM­BOLO SAGRADO. El mito y el símbolo sagrado serán objeto de extenso estudio en la Segun­da parte, en la cual se expondrá la manera de evitar el peligro mencionado y se explicará por qué es necesario, a pesar de todo, tratar con ellos. Aquí vamos a explicar el origen arquetípico de los mitos: es el mejor momento para hacerlo pues su manifestación en la conciencia guarda estrecha relación causal con la reproducción, por el sujeto consciente, de ciertas fantasías.
Recordemos el objetivo macrocósmico de la finalidad del pasú: ser postor de sentido en los entes. Para que pueda cumplir con tal finalidad el Demiurgo ha superpuesto a la finalidad entelequial de los entes una suprafinalidad para el pasú: un designio que debe ser descubierto y racionalizado en un lenguaje cultural y devuelto al ente mediante la expresión del signo.
No vamos a repetir lo ya estudiado en otros artículos; sólo resumiremos lo necesario para facilitar la explicación. En los entes, entonces, existen dos términos: uno universal que representa al Arquetipo universal y otro particular que responde al designio demiúrgico. Cuan­do el ente impresiona la esfera sensorial del pasú, la razón elimina, por comparación con la memoria arquetípica hereditaria, al término universal, es decir, confronta al Arquetipo uni­ver­sal del macrocosmos con el Arquetipo invertido del microcosmos. Así queda descubierto el designio como aquello del ente que trasciende la esfera sensorial y es interpretado esquemáti­camente por la razón. El designio es "la verdad" del ente y su esquema un enlace de la estructu­ra cultural al que llamamos Relación entre Principios. El Principio, o nudo, al que se enlaza la Relación o esquema del ente es, naturalmente, la actualización del Arquetipo invertido elimi­nado durante su descubrimiento. Mas un Principio, o símbolo simple, no puede ser jamás re­presentado porque su potencia pasiva no posee referencia a sí mismo; sin embargo una réplica suya puede integrar el esquema del ente en calidad de elemento sémico, en cuyo caso se deno­mina: "símbolo arquetípico". Y estos símbolos arquetípicos que componen las representacio­nes son los que impulsan, sin perder la integridad estructural de la imagen esquemática, el pro­ceso entelequial frente al sujeto consciente.
Pero regresemos al designio. Quizá por el tratamiento crítico que hemos hecho en este libro sobre la obra del DEMIURGO no se haya evidenciado lo suficiente la importancia que éste ha designado al ser-para-el-hombre de los entes, al designio revelador de su omnipotencia creativa. Si esto es así vamos a corregir aquí ese error afirmando que el designio de los entes constituye un acto de extrema gravedad en la ejecución del Plan evolutivo del Universo: un macrocosmos designado en todos sus entes y un microcosmos que evoluciona descubriendo los designios y poniendo sentido en los entes es motivo de su Placer. Las estructuras de los entes materiales, se van transformando por la acción colectiva del hombre en superestructuras de objetos culturales, en superestructuras en las que los objetos están ligados por el amor, por el impulso evolutivo hacia la perfección final. La espera del Demiurgo está puesta justamente en esa transformación amorosa del Universo que consiste en el descubrimiento continuo de su obra. Con esto queremos significar que el designio de los entes es la Palabra del Demiurgo. Su Verbo creador, su Logos espermático, su Poder plasmador, ha sido aplicado allí, en cada de­signio, con la intención de concretar la más elevada empresa: conseguir que el microcosmos ponga sentido continuo en el macrocosmos mientras el Plan evolutivo se desarrolla, impulsado por la Voluntad de su Conciencia-Tiempo, hacia la entelequia Maha Pralaya.
Por consiguiente la suprema importancia con que el Demiurgo ha designado a los entes prevee que, a través de estos, el hombre acceda a la entraña de su Plan. No se debe creer, desde luego, que el hombre sólo conoce de los entes una mera apariencia, tal como pretende la inge­nuidad racionalista de muchos pensadores. En realidad cada designio es parte del Plan que contiene, paradójicamente, a todo el Plan: es la Voluntad del Demiurgo que el hombre conozca y admire su Plan.
Así, cuando el ente interesa la sensibilidad, ese formidable mensaje cósmico que es el designio, PENETRA COMPLETO, ES DESCUBIERTO TOTALMENTE POR LA RAZON, E INTERPRETADO POR ELLA. ¿Qué ocurre, entonces? ¿Por qué el hombre ignora habi­tualmente gran parte de un conocimiento que ya posee? Respuesta: porque el descubrimiento del designio corresponde al objetivo macrocósmico de la finalidad el cual exige, también, que la verdad revelada PUEDA SER EXPRESADA SOCIOCULTURALMENTE. Vale decir, para cumplir con la finalidad no basta con descubrir el designio: hay que poder expresarlo con un signo cultural, un signo que debe estar comprendido por un lenguaje comunitario. A fin de lograrlo el demiurgo ha dispuesto que LA TOTALIDAD DEL DESIGNIO pueda ser interpre­tado y esquematizado por la razón, permitiendo que en el microcosmos se refleje la totalidad del plano arquetípico del macrocosmos; ésta es, por supuesto, la memoria arquetípica o cerebro donde la razón aplica el designio para confrontarlo con los Arquetipos invertidos y construir el esquema.
Si recordamos ahora cuanto se ha dicho en el inciso anterior sobre el esquema típico xx la respuesta se hará más clara aún. Pues, si bien el esquema xx contiene TODA la verdad del ente, el sujeto cultural sólo nota una parte de ella como concepto xx de un lenguaje. Y la repre­sentación correspondiente, según vimos, es una imagen homóloga del concepto, un relieve significado notado en el plano de significación horizontal de un lenguaje. Pero, aunque la fa­cultad traductiva del sujeto cultural disponga de la posibilidad de notar el esquema del ente en todos los planos de significación oblicuos, SÓLO LO HARÁ EN AQUELLOS CONTEXTOS SIGNIFICATIVOS PERTENECIENTES A LENGUAJES SOCIOCULTURALES, de acuerdo con el objetivo macrocósmico de la finalidad; desde luego: la evolución de las culturas permite que permanentemente se vayan notando "nuevos" aspectos de la verdad del ente; pero jamás, en toda la historia del pasú, éste ha llegado siquiera a acercarse a una aprehensión completa de la verdad del ente y mucho menos a expresarla culturalmente.
Es hora que nos preguntemos que tiene todo esto que ver con los mitos. Respuesta: los mitos son aspectos desconocidos de la verdad de ciertos entes, que resultan sorpresivamente notados por el sujeto cultural como efecto de las flexiones que el sujeto consciente realiza para conocer a ciertas fantasías. Por supuesto, lo explicaremos paso a paso.
Ya estudiamos que un esquema contiene infinidad de aspectos desconocidos, de mo­mento, para el sujeto cultural. La respuesta nos dice que tales facetas pueden constituirse en mito por causa de las fantasías. Antes de encarar la descripción de este fenómeno debemos saber más sobre AQUELLO QUE PERMANECE OCULTO en el esquema de un ente, en su verdad.
En principio si el designio es TODA la verdad del ente, si nada más podría llegar a sa­berse de el porque el Demiurgo nada ha reservado para sí, salvo el secreto único de los Arque­tipos universales que el hombre no debe conocer "pues se convertiría en Dios", debemos asu­mir que en el mismo designio, en su constitución íntima existe un orden jerárquico, una escala de valor análoga a las octavas musicales cuyas notas resuenan de manera diferente de acuerdo a la calidad del oyente. Lo repetimos, en el designio no está sólo aquel aspecto que el hombre habitualmente conoce del ente sino UNA ESCALA DE FASES FORMATIVAS QUE VAN DEL DEMIURGO AL ENTE. Particularmente nos interesan las fases que parten desde el Ar­quetipo universal, invisible para el hombre, y llegan hasta la apariencia más exterior del ente, AQUÉLLA QUE, JUSTAMENTE, PRIMERO ES CONOCIDA POR EL SUJETO CULTU­RAL. Pero el Arquetipo universal es, en cierto modo, DIOS EN EL ENTE o EL DIOS DEL ENTE. La primera operación de la razón elimina el Arquetipo universal y descubre el designio del ente, el ser-para-el-hombre del ente, que consiste en un mensaje, una Palabra del Demiurgo que revela TODO sobre el ente...SALVO EL ARQUETIPO UNIVERSAL, EL DIOS DEL ENTE, EL TÉRMINO DIVINO DE LA ESCALA REVELADA. Sin embargo en la memoria arquetípica existen copias invertidas de todos los Arquetipos universales y, al eliminar del ente su Arquetipo, la razón actualiza en la estructura cultural el Arquetipo invertido correspondien­te COMO NUDO o PRINCIPIO. Por eso los Principios, aunque irrepresentables en la imagi­nación, representan para el entendimiento, para la intuición racional, A LOS DIOSES DE LOS ENTES EN EL MICROCOSMOS. Así, por ejemplo, los números y las notas musicales para los pitagóricos; o los principios desconocidos cuya manifestación era, por ejemplo, el fuego, el agua, el aire, el logos, etc., para otros filósofos antiguos. Pero el objetivo macrocós­mico de la finalidad exige que el significado sea proyectado por la expresión como signo sobre los entes, como el "sentido" puesto en los entes: cuando la proyección de símbolos arquetípicos, que representan a Principios, no es advertida por causa del daltonismo gnoseológico suele ocu­rrir que los Principios son reconocidos en los entes externos e introyectados como propiedades del macrocosmos. O sea los Principios del microcosmos, proyectados sobre los entes del mundo, son redescu­biertos y confundidos con "principios universales del macrocosmos". Se trata, desde luego, de una simple miopía mental que conduce a las más absurdas e inverificables teorías: la realidad de los números, por ejemplo, es propia del microcosmos y tarea inútil es tratar de derivar de ellos el orden del mundo; sólo el conocimiento de los Arquetipos universales brindaría esa posibili­dad pero tal saber está vedado para el sujeto anímico del pasú; el virya, en cambio, por dispo­ner de un Espíritu infinito, aunque, confuso, TIENE LA POSIBILIDAD METAFISICA DE CONTEMPLAR EL DEMENCIAL ESPECTÁCULO DEL PROCESO ENTELEQUIAL CÓSMICO...Y DE OPERAR CONTRA ÉL; PARA ESO WOTAN LE ENTREGÓ LAS RUNAS QUE PERMITEN RESIGNAR LOS DESIGNIOS.
Vayamos ahora al esquema del ente e indaguemos: si el designio entraña una gama de notas que van desde el Demiurgo al ente, de la cual se ha eliminado el término universal del Arquetipo universal ¿cómo interpreta la razón esta ausencia?, vale decir, ¿compone el esquema dejando un vacío o lo completa de alguna forma? Respuesta. En cierto modo ya lo hemos ade­lantado cuando expusimos que las Relaciones se enlazan CON TODOS LOS PRINCIPIOS QUE INTERVIENEN EN SU ESQUEMA SÉMICO. Dijimos entonces, en el articulo "D" del inciso anterior, que si bien un Principio, por su potencia pasiva, es irrepresentable para el suje­to y sistemáticamente irreductible, sin embargo su forma sémica puede estar integrada en el esquema como uno de los elementos esenciales de su subestructura; en tal caso se denomina: SÍMBOLO ARQUETÍPICO y se diferencia del Principio homólogo en la potencia y en la cua­lidade estructural; un Principio posee potencia pasiva y es un nudo de la estructura cultural; un símbolo arquetípico posee potencia activa y es PARTE de la subestructura interna de una Relación que es, a su vez, enlace de la estructura cultural. Es decir: un símbolo arquetípico, homólogo a un Principio, puede integrar el esquema de éste como elemento esencial de su subestructura interna. La respuesta buscada es, al fin: LA RAZÓN INTRODUCE EN EL ES­QUEMA DEL ENTE, EN AQUEL LUGAR DEL DESIGNIO QUE CORRESPONDE AL DIOS DEL ENTE, ES DECIR, AL ARQUETIPO UNIVERSAL SUPRIMIDO, UN "SÍMBOLO ARQUETÍPICO" HOMÓLOGO DE AQUEL PRINCIPIO QUE SE ACTUALI­ZÓ CUANDO FUE ELIMINADO EL ARQUETIPO UNIVERSAL.
Esto significa que en todo esquema de un ente externo existe, en algún lugar de su es­tructura, un símbolo arquetípico que ocupa el sitio del Arquetipo universal, del Dios del ente. Y no es difícil advertir que tal lugar está primero en el orden jerárquico del designio y, por lo tanto, último en el orden del conocimiento humano. Con términos de la analogía estructural podemos decir que la facultad traductiva del sujeto cultural tendría que acceder A UN PLANO DE SIGNIFICACIÓN DE MÁXIMA OBLICUIDAD para notar el símbolo arquetípico del Dios del ente. Pero si ello ocurriese, significaría que el símbolo ha sido notado EN EL CON­TEXTO DE UN LENGUAJE ABSOLUTAMENTE NO SOCIOCULTURAL, ES DECIR, DESCONOCIDO PARA EL RESTO DE LA COMUNIDAD CULTURAL. En ese caso el sujeto se enfrentaría con la revelación del Dios del ente como CONCEPTO de un lenguaje desconocido al que no podría entender ni comprender. Claro que, normalmente, el sujeto cultu­ral del pasú rara vez se aparta de la seguridad gnoseológica que le brindan los lenguajes socio­culturales y, desde luego, teme y evita conocer POR SÍ MISMO aquella parte aún oculta de la verdad del ente.
Podemos entender mejor, ahora, aquella respuesta sobre los mitos: "son aspectos desco­nocidos de la verdad de ciertos entes" ¿Por qué "de ciertos entes" y no de TODOS los entes? Porque nos estamos refiriendo tácitamente a los mitos CONOCIDOS, vale decir, aquellos que alguna vez se manifestaron y de los cuales tenemos noticias. En rigor de la verdad, TODO ESQUEMA guarda en su interior un símbolo arquetípico del Dios del ente. Pero a nosotros nos conviene recurrir a aquellos ejemplos de mitos que son evidentes y significativos por su periódica aparición en la Historia de la humanidad. Para ello, aunque podríamos extendernos en múltiples ejemplos, vamos a considerar solamente a LAS FUERZAS DE LA NATURA­LEZA, el frío, el calor, el viento, la luz, la oscuridad, etc., y a LOS ANIMALES, el águila, el león, el pez, etc.
Estos entes son por todos conocidos pues existen, en todas las culturas, conceptos com­partidos colectivamente que los comprenden. Sin embargo, más allá del contenido de tales conceptos socioculturales, en una connotación insólita, cada tanto se manifiesta el símbolo arquetípico del Dios del ente como un concepto notado en el contexto de un lenguaje que es incomprensible para el entendimiento vulgar: sólo para algunas elites iniciáticas el lenguaje del mito ha llegado a ser habitual; pero ese es otro tema. Aparece así un Dios Hielo, un Dios Fuego, un Dios Viento, un Dios de Luz, un Dios de Tinieblas, etc., o bien un Dios Águila, un Dios León, un Dios Pez, etc.
Los mitos son producidos, entonces, por manifestaciones de los símbolos arquetípicos del Dios del ente. Pero los símbolos arquetípicos son SÍMBOLOS SIMPLES, irreductibles como sus Principios homólogos, y los Dioses por ellos representados son también "Dioses simples". Toda la complejidad formal que suelen presentar los mitos se debe a que han sido adornados de leyenda para neutralizar su poder. Con la leyenda, que naturalmente pertenece al lenguaje común, se aprisiona el mito dentro de limites conocidos y seguros, y se lo degrada al nivel de comprensión del vulgo: en lugar de avanzar en el conocimiento desde lo inferior a lo superior, respetando la escala jerárquica, se rebaja lo superior a lo inferior y se lo cubre de costra cultural. Sobre esta actitud vulgar hacia los mitos se tratará ampliamente en la Segunda Parte. Agreguemos únicamente que, según es evidente, LOS MITOS NO SON HEREDITA­RIOS: LO QUE SE HEREDA ES LA MEMORIA ARQUETÍPICA CON LA CUAL SE CONSTRUYEN LOS MITOS. Naturalmente, estos "mitos" son los que la Psicología Analíti­ca de C. G. Jung identifica como ARQUETIPOS COLECTIVOS PERSONALES. Los mitos no deben ser confundidos con los "Arquetipos colectivos universales" o "MITOS", que son propios del macrocosmos: los MITOS corresponden a un tipo de Arquetipos Manú cuyo proceso se desa­rrolla en las superestructuras de hechos culturales y que aquí solemos denominar, también, "Arquetipos Psicoideos".
Estudiemos, a continuación, el fenómeno de producción de un mito desde el punto de vista del sujeto consciente. La causa de su emergencia radica, tal como adelantamos, en ciertas fantasías; comencemos, pues, por su examen. Hay que dejar bien en claro, ante todo, que las fantasías proceden de la esfera de sombra al igual que las representaciones conscientes. Tal como se observa en la figura 21 la esfera de conciencia se compone de la esfera de luz y de la esfera de sombra; las representaciones conscientes con símbolos que emergen desde la estruc­tura cultural como imágenes en la esfera de luz, frente al sujeto consciente; pero las fantasías se originan en el esquema de si mismo o esfera de conciencia. Naturalmente, esto implica que las fantasías PODRÍAN proceder también de la esfera de luz: pero ello ocurre solamente en los casos de una elevada evolución del microcosmos, cuando el sujeto consciente se halla altamen­te individualizado y la esfera de sombra ha sido notablemente consciencializada o reducida a esfera de luz. Pero en el caso general que estamos considerando, del pasú en el momento del encadenamiento espiritual, la esfera de luz o conciencia es apenas una finísima capa superficial sobre la esfera de sombra: como parte del esquema de sí mismo, esta capa no posee suficiente material simbólico para configurar las imágenes habituales de las fantasías. Por el contrario, la esfera de sombra es un estructura pletórica de símbolos pues en ella se encuentra representada permanentemente gran parte de la historia del microcosmos.
Las fantasías emergen de la esfera de sombra, es decir, del INCONSCIENTE, "a re­querimiento del sujeto consciente": esto también debe quedar en claro. Las fantasías son un producto de la voluntad del sujeto consciente y, por ello, están referidas a él, a diferencia de las representaciones conscientes cuya primera intención las refiere únicamente a sí mismo. El contenido de una fantasía es, por definición, IRREAL; en esto también se diferencian de las representaciones conscientes, que siempre representan a entes externos -y a veces a entes inter­nos, pero tan reales como los externos. Pues bien: cuando más irreal sea el contenido de una fantasía, cuanto menos corresponda con hechos o entes reales, más EXTRAÑEZA provocará a la razón su interpretación.
Es comprensible: la razón está habituada INSTINTIVAMENTE a operar con entes ex­ternos, a descubrir a sus designios y a interpretarlos arquetípicamente; pero con este "operar" la razón progresa en el conocimiento de la realidad siguiendo un patrón evolutivo insalvable: primero se debe saber, por ejemplo, que es un color antes de clasificarlo por septenas, es decir, primero hay que llegar A LA IDEA DEL COLOR, abstrayendo tal cualidad de la realidad, antes de descubrir su pluralidad; del mismo modo podemos afirmar que sin conocer previa­men­te al caballo, sin diferenciar su entidad de la realidad, nadie lo hubiese jamás monta­do; ni tampoco podría nadie entender el significado de una palabra escrita sin conocer previa­mente los signos de las letras. Este orden inevitable, que debe seguir la razón para progresar en el conocimiento de la realidad, es el que se ve alterado por la irrealidad de la fantasía.
Pero las fantasías, por otra parte, son un grado superior de la facultad de imaginar y constituyen, en el microcosmos, el instrumento de la CREACIÓN. Por una fantasía, que repre­senta un hecho evidentemente irreal, el sujeto consciente puede anticipar un hecho real, supe­rando el orden progresivo y sistemático que la razón impone al conocimiento. Es sabido que muchas teorías fantásticas han sido verificadas empíricamente, que muchos hechos imaginados ocurren realmente y que infinidad de fantasías son, LUEGO, verificadas por la realidad. Sin embargo, que las fantasías lleguen a corresponderse en algún momento con la realidad, no es ni mucho menos su rasgo distintivo; por el contrario lo habitual en ellas es que parecen com­placerse en escandalizar a la razón. Si hemos mencionado su contribución a la invención de las teorías, o a la anticipación de hechos, es sólo para mostrar que, aún cuando la razón sea sobre­pasada en primera instancia por las fantasías, se encuentra familiarizada con ellas en virtud de las verificaciones o descalificaciones a que finalmente las somete.
Si se ha comprendido que toda fantasía, en la medida de su irrealidad, provoca una perturbación en la razón, habremos adelantado bastante en la explicación. Recordemos que, frente a la fantasía, las flexiones del sujeto consciente dirigidas a conocerla son interpretadas por la razón como una interrogación, a la cual responde cotejando la IMPRESIÓN que la fan­tasía ha causado en el sujeto con los Arquetipos de la memoria arquetípica. De esa aplicación surge un esquema que se transfiere a la estructura cultural, adonde el sujeto cultural lo vivencia y torna inteligible como concepto de un lenguaje. La representación consciente de dicho concep­to se superpone y confunde con la fantasía. Como efecto de tal enmascaramiento la fantasía pierde gran parte de su carácter irreal y se transforma en un objeto racional e inteligible, adap­tado a la visión sociocultural del sujeto consciente. Claro, esto en el mejor de los casos, cuando el contenido de irrealidad es fácilmente asimilado por la razón. Pero ¿qué ocurre cuando la fantasía alude a hechos u objetos cuya evidente irrealidad resulta absolutamente injustificable para la razón? Respuesta: la razón resulta perturbada en grado sumo por la presencia de un ser extraño, que no se deja interpretar con los Arquetipos habituales, correspondientes al orden progresivo del conocimiento de lo real. El ser de fantasía requiere, para su esquematización, que la razón afecte Arquetipos poco conocidos o, quizá, completamente desconocidos, es decir, Arquetipos que nunca antes fueron vistos INDIVIDUALMENTE en los designios de los entes (recordemos que en cada designio están TODOS los Arquetipos, aunque combinados de dife­rente manera). La actualización de tales Arquetipos insólitos en la estructura cultural configura el esquema de la fantasía: concluye allí la operación de la razón. Le toca ahora al sujeto cultu­ral vivenciar y tornar inteligible al esquema de la fantasía.
Hagamos un alto en la explicación para poner en claro la manera en que el esquema de la fantasía se transfiere a la estructura cultural. Hay que destacar, ante todo, que el hecho de que la fantasía constituye para la razón un ser extraño, no implica necesariamente que su es­quema haya de ser estructurado "como el esquema de un ente" en la estructura cultural. Esto podría ocurrir en alguna ocasión, pero lo más probable es que el esquema de la fantasía SE TRANSFIERA COMO "ACTIVACIÓN DEL ASPECTO OCULTO" DE UN ESQUEMA EXISTENTE. El motivo es que las fantasías, aun cuando su grado de irrealidad sea muy gran­de, siempre aluden en alguna medida a la realidad óntica, a hechos o entes cuyos esquemas ya están integrados en la estructura cultural. En este caso, lo que ocurre es que ciertos Arquetipos insólitos, correspondientes con propiedades de la fantasía, se actualizan en un esquema ya existente, pero en un sitio remoto de "la escala formativa que va del Demiurgo al ente". Con otras palabras: aquellos Arquetipos insólitos, propios de la fantasía, ACTIVAN CIERTOS SÍMBOLOS ARQUETÍPICOS DE UN ESQUEMA EXISTENTE, UBICADOS EN UN PLANO SIGNIFICATIVO DE MÁXIMA OBLICUIDAD.
Con el fin de otorgar definitiva claridad al estudio de los mitos vamos a referirnos, a partir de aquí, a un ejemplo concreto: la fantasía consistirá en la imagen de UN PEZ; UN GRAN PEZ PROVISTO DE FORNIDOS BRAZOS Y ENORMES ALAS, DE AVE, DES­PLEGADAS. Las conclusiones a que arribemos, basadas en la fantasía del "pez alado", po­drán ser extendidas, desde luego, a todo mito.
Consideremos, pues, que "el pez emerge del agua e inicia un majestuoso vuelo", vale decir, emerge del inconsciente, de la esfera de sombra, y se presenta ante el sujeto consciente que es quien lo ha requerido sin saberlo. A la perplejidad inicial sigue la inflexión del sujeto consciente hacia el objeto fantástico con intención cognoscitiva. Y a esa flexión del sujeto responde instantáneamente la razón, interpretando arquetípicamente al ser de la fantasía. Natu­ralmente, el fundamento de la interpretación racional será el designio del pez, ya conocido, esquematizado y estructurado. Si, la fantasía se corresponde en gran medida con el esquema del pez, mas ¿en qué parte del designio íctico existen signos antropomorfos, brazos y alas? Sin dudas en la parte superior de la escala formativa, muy cerca o en el mismo lugar del símbolo arquetípico del Dios del ente. Pero estos símbolos, que YA ESTÁN en el esquema del pez, se encuentran alejados del término monádico del pez, de aquel aspecto del pez considerado "real" por la cultura porque coincide con la forma de salmones y merluzas. Por eso el proceso es el siguiente: la razón, extrañada por la fantasía del pez, explora el esquema del pez y activa un símbolo remoto de su subestructura que no corresponde a la imagen de un pez real pero que ocupa un lugar en la escala formativa del designio, es decir, que pertenece a la verdad del ente-pez. Recordemos que el contenido del designio es un Plan cuya composición consta de una escala formativa arquetípica. De esta manera concluye la operación de la razón; le toca ahora al sujeto cultural vivenciar y tornar inteligible al esquema de la fantasía.
La operación de la razón, en respuesta a la interrogación del sujeto consciente, ha cau­sado que en la estructura cultural se "ilumine" el sistema del pez. Observemos ahora como reacciona el sujeto cultural.
La actualización de un sistema, su "iluminación", motiva al sujeto para experimentar su vivencia: hemos visto que, en estos casos, el sujeto cultural se sitúa SOBRE el sistema, con el fin de vivenciar el esquema de la Relación. Pero el sujeto cultural ¿de donde procede? ¿Cómo llega hasta el sistema iluminado? Respuesta: indudablemente, salvo casos de anormalidad ex­trema, el sujeto cultural se encuentre SOBRE LA ESTRUCTURA HABITUAL (ver articulo "G" del inciso anterior), EN EL PLANO DE SIGNIFICACIÓN HORIZONTAL DEL LEN­GUAJE SOCIOCULTURAL. Para "llegar" al sistema iluminado el sujeto cultural se desplaza horizontalmente por la estructura cultural SOBRE EL PLANO DEL LENGUAJE HABI­TUAL. Pero este "llegar" al sistema sobre un plano horizontal implica que el esquema será notado en su contexto, es decir, que será experimentado como concepto del lenguaje habitual. En nuestro ejemplo, el sujeto cultural notará el concepto habitual de pez, que solo es un aspecto del esquema-pez, de la verdad del pez.
En principio, entonces, el sujeto cultural produce la representación racional de un pez, símbolo homólogo al concepto estructural de del pez. Y como la potencia activa de la Relación refiere toda representación a sí mismo, el símbolo del pez emerge a la conciencia y se superpo­ne a la fantasía del pez alado. Desde luego, todo esto ocurre muy rápidamente. Ahora bien, "EL SÍMBOLO" del pez, que emerge como representación consciente, si bien expresa la ima­gen habitual del pez, SE ENCUENTRA SOSTENIDO, FUNDAMENTADO, POR "EL SIGNIFICADO PROPUESTO".
Recordemos que, cuando el sujeto cultural experimenta la vivencia del concepto estruc­tural, el pensamiento consiste en un juicio sintético (a priori) sobre el pez. La representación del concepto es un símbolo fundado sobre un significado PROPUESTO por la facultad traduc­tiva. Por eso el símbolo del pez, que emerge y se superpone a la fantasía-pez, se compone de la imagen habitual del pez y de la PROPOSICIÓN SIGNIFICATIVA del concepto pez.
Retomemos el punto de vista del sujeto consciente. Frente a él se encuentra un objeto ideal HACIA EL QUE SE HA DIRIGIDO SU ATENCIÓN. Surge entonces la representación consciente del pez y, en un movimiento casi inadvertible, ENMASCARA al objeto ideal. En­tonces ocurre el siguiente efecto: el sujeto descubre "de pronto" que el objeto es significativo, lo reconoce como "pez", ENTIENDE EL SIGNIFICADO "COMO SI OYERA UNA PRO­POSICIÓN QUE DICE: ES UN PEZ".
Aquí vamos a interrumpir la explicación para hacer una advertencia. Si el pasú es "duro de mollera", vale decir, si su esfera de conciencia no está muy desarrollada, se contentará con una primera aproximación racional de la fantasía; si es que realmente logra imaginar alguna. Esta primera aproximación es la que recién hemos visto: a la fantasía de un pez alado la razón opuso la imagen de un pez real. Ante un caso semejante muchos serán los "mentecatos" que aceptarán con indiferencia que el objeto ideal corresponde efectivamente con un pez real, apartando con prudencia la atención de tan perturbadora imagen. Como a esta clase primitiva de personas jamás se manifestará un mito vamos a suponer, para continuar con la explicación, que el pasú de nuestro ejemplo presenta una gran evolución de la esfera de conciencia. Sin embargo no podemos dejar de señalar que la actitud más común es la de no avanzar demasiado en el conocimiento de las fantasías y que la manifestación del mito corresponde, por el contra­rio, a los casos de mas fértil imaginación.
El sujeto consciente descubre, pues, que el objeto ideal ES UN PEZ. Sin embargo esta respuesta no satisface: el enmascaramiento racional no es completo y, tras la imagen del pez, se advierte algo extraño, un contenido no contemplado en el significado proposicional. Las pro­piedades de la fantasía que no alcanza a cubrir la definición del pez son, evidentemente, los brazos y las alas: en la descripción proposicional del pez, es decir, en el significado de la re­presentación, no hay brazos ni alas; por consiguiente estas partes de la fantasía carecen, de momento, de significado. Pero toda representación consciente representa a un concepto, vale decir, a un símbolo incompleto ¿podrían existir en el RESTO del esquema los miembros bus­cados, brazos y alas? Respuesta: Tal como ya se adelantó, el esquema consiste en la interpre­tación del designio e incluye a las escalas formativas arquetípicas en su composición sémica; por lo tanto, puede afirmarse que en su subestructura están TODOS los símbolos, incluso los brazos y las alas del pez.
Aquí vamos a interrumpir nuevamente la explicación para hacer otra advertencia. Hay una función de las facultades de los sujetos que podría intervenir en el caso anterior y solucio­nar el problema DISOCIANDO aquellas partes de la fantasía que exceden a la descripción proposicional. Antes de continuar con el fenómeno del mito debemos comprender y descartar tal posibilidad. Las facultades del sujeto anímico cumplen con la "función de asociar" de ma­nera característica, según la estructura en la que éste se manifieste. Observaremos a continua­ción, en que consiste la "función de asociar" para la razón, el sujeto cultural y el sujeto cons­ciente.
El sujeto racional o razón dispone de la facultad cognoscitiva racional. Las operaciones que la razón efectúa con los entes las ejerce con su facultad racional mediante las funciones de asociar y disociar: la COMPARACIÓN, es decir, la primera operación, es una ASOCIACIÓN entre el ente y la memoria arquetípica para causar la DISOCIACIÓN del Arquetipo Universal; la INTERPRETACIÓN, es decir, la segunda operación, es la ASOCIACIÓN del designio con la memoria arquetípica para construir el esquema; etc.
El sujeto cultural dispone de la facultad traductiva. Por medio de la misma es capaz de notar el significado del esquema, en el contexto significativo de un lenguaje, como "concepto estructural" o "tajada" de la Relación. Pues bien, como ejemplo de la función de ASOCIAR sólo vamos a mencionar algunas operaciones que la facultad traductiva permite ejercer al suje­to. Siempre EN EL MISMO PLANO CONTEXTUAL DE UN LENGUAJE, en efecto, el su­je­to puede ASOCIAR CONCEPTOS: por CONTIGUIDAD (o ley de falsa connotación); por SEMEJANZA FORMAL (o ley de homonimia); por SEMEJANZA DE SIGNIFICADO (o ley de sinonimia); por HOMOLOGÍA ESTRUCTURAL (o ley de reducción sistemática); por ORDINALIDAD (o ley de causalidad); por CARDINALIDAD (o principio de valor); por CONTRASTE U OPOSICIÓN (o ley dialéctica); etc. Como vemos, la función de asociar es una herramienta de gran complejidad y alcance para la facultad traductiva. Su complemento, la función de DISOCIAR, hace posible, por otra parte, la ABSTRACCIÓN ESTRUCTURAL, vale decir, la NOTACIÓN de cierta forma sistemática particular dentro de un sistema general de conceptos.
Pero la función de asociar es también propia de la facultad de imaginar. Por su inter­medio el sujeto consciente puede ASOCIAR IDEAS, DISOCIARLAS, Y ABSTRAER CUALIDADES dentro de una misma idea. Sin embargo, teniendo presente la unidad esencial del sujeto anímico, hay que considerar a la "ASOCIACIÓN" como UNA ÚNICA FUNCIÓN que se va ampliando a medida que evolucionan las estructuras de la psique. Con otras pala­bras, hay que considerar que, EN CADA FACULTAD, SE AGREGA A LA FUNCIÓN DE ASOCIAR QUE LE ES PROPIA EL ALCANCE DEMOSTRADO EN LA ESTRUCTURA INMEDIATAMENTE INFERIOR: así, la función de asociar, disponible al sujeto cultural, AGREGA a sus posibilidades de vincular conceptos en la estructura cultural también las po­sibilidades de que disponía el sujeto racional de vincular Arquetipos en la memoria arquetípi­ca. Y la función de asociar, propia de la facultad de imaginar, pone a disposición del sujeto consciente, ADEMÁS DE LA ASOCIACIÓN DE IMÁGENES, la posibilidad de vincular símbolos arquetípicos, conceptos, afectos, etc. Esto se comprobará mejor si tenemos presente que el más elevado pensamiento que pueda mentar el pasú, el pensamiento consciente, tiene como contenido a la IDEA, la cual se compone de IMAGEN y SIGNIFICADO: la "imagen", que es la "representación" de un concepto estructural, se fundamenta en un significado de forma "proposicional", es decir, en una descripción conceptual definida en un lenguaje habi­tual. El sujeto consciente puede, entonces, asociar no sólo lo formal imaginado sino también lo funda­mental conceptuado; y esto último puede hacerlo del mismo modo con que la facultad traducti­va asociaba conceptos: por contigüidad, semejanza, homología, etc. Pero hay más aún. La es­tructura cultural ocupa parte del espacio analógico de las esferas AFECTIVA y racional, quie­nes se encuentran compenetradas entre sí y forman la esfera de sombra. Hasta ahora hemos estudiado la estructura cultural desde el punto de vista racional PERO NO HAY QUE OLVI­DAR QUE CADA ELEMENTO SUYO, CADA PRINCIPIO, CADA RELACIÓN, CADA SISTEMA, POSEE UN CONTENIDO AFECTIVO ESENCIAL. En toda idea, como compo­nente de la "primera intención", que dirige la representación "INTELIGIBLEMENTE" hacia sí mismo, hay una REFERENCIA AFECTIVA que apunta "IRRACIONALMENTE" hacia el corazón. Tal referencia afectiva es ESENCIAL de toda idea, vale decir, no puede ser eliminada sin destruir el ser del objeto ideal; por consiguiente es percibida por el sujeto consciente como una propiedad objetiva, como una NOTA EMOCIONAL característica. Por eso dijimos más atrás que el sujeto consciente tiene la posibilidad de "asociar afectos": porque la distinción de las notas emocionales características de las ideas puede constituir el motivo de su asociación. Naturalmente, lo afectivo depende siempre de la valoración particular, de tal modo que la aso­ciación de ideas "por su nota emocional característica" podría involucrar casos sin validez ge­neral: por ejemplo, "el dos de julio de 1981, junto a la estatua de Palas Atenea", asociación de ideas que no significa nada salvo para aquélla que justo ese día y en ese lugar recibió su primer beso de amor... Por el contrario, existen ideas universales cuya vinculación produce una conno­tación afectiva que hace posible asociarlas por su nota emocional pero cuya INTENSIDAD varía particularmente de un pasú a otro: por ejemplo, "madre e hijo", ideas cuyo contenido emocional concomitante es característico de cada pasú, más allá de la obvia vinculación genea­lógica que denotan ambos conceptos; o "lágrimas" y "dolor", "día" y "feliz", etc. 
Hemos de continuar, ahora, la explicación sobre el origen de los mitos, luego de excluir la posibilidad de que en nuestro ejemplo intervenga la "función de asociar" PARA VINCULAR, A LA IMAGEN DEL PEZ, LA IMAGEN DE UNOS BRAZOS Y ALAS. Si tal cosa ocurrie­ra, si la fantasía fuese descompuesta por el sujeto consciente en un conjunto de ideas asocia­das, jamás podría producirse la manifestación del mito. La explicación se basa, pues, en el su­puesto de que, frente a la insuficiencia de la primera aproximación racional, la imagen del pez real que NO contiene significado conceptual para los brazos y las alas, el sujeto consciente mantiene su actitud interrogante.
¿Qué sucede, entonces? Respuesta: el sujeto cultural se compenetra más profundamente del concepto, procurando dar con símbolos que describan y otorguen significado a los brazos y alas de la fantasía. En esta fase el fenómeno debe ser observado con mucho detalle. Por ejemplo, de la respuesta se infiere que, en esa compenetración con el concepto estructural, en ese internarse en su profundidad, el sujeto cultural va produciendo UN FLUJO DE RE­PRESENTACIONES CONSCIENTES, cada una mas "ajustada" formalmente a la fantasía que la anterior. Como consecuencia de este flujo de imágenes, que se superponen una tras otra a la fantasía, el sujeto consciente advierte que el objeto ideal cambia permanentemente frente a su visión eidética, se aclara, se torna a cada instante más significativo. Y en esta apercepción dejamos, por ahora, al sujeto consciente.
Pero la razón, desde el momento en que iluminó al esquema del pez, YA SEÑALÓ AL SÍMBOLO ARQUETÍPICO QUE CORRESPONDE CON EL PEZ ALADO DE LA FAN­TASÍA. Si tal símbolo se encuentra dentro del esquema del pez, pero fuera del concepto habi­tual del pez real ¿por qué el sujeto cultural no trata inmediatamente de notarlo, haciendo uso de su facultad traductiva, en lugar de penetrar en lo hondo del concepto del pez real? Respuesta: Porque el sujeto cultural es reacio a pasar del plano de significación del lenguaje habitual a otro plano extremadamente oblicuo. El motivo es que tales planos son propios de lenguajes completamente desconocidos: desde el punto de vista del sujeto cultural ello implica que el significado buscado ha de ser notado en un contexto ignoto. Si se toma en consideración el temor que lo desconocido suele inspirar a todo sujeto cognoscente se estará en condiciones de comprender la reacción morosa del sujeto cultural; su facultad traductiva le permite tornar ho­rizontal el contexto desconocido: pera ello significa encontrarse de pronto en otro mundo, mundo no sólo desconocido sino evidentemente diferente de la realidad corriente. Y cuando se trata del mundo de los mitos, del contexto en el cual se afirma el significado del mito y en el cual el mito adquiere toda la potencia, hay que asumir que un simple indicio de su cercanía basta para causar el pánico del sujeto cultural.
No obstante el terror que inspira su visión, los mitos suelen ser notados en un contexto en el cual alcanzan, desde luego, máxima peligrosidad "porque se los puede ver como realmen­te son". Pero no hay que creer que el sujeto puede permanecer, aún paralizado de espanto, mu­cho tiempo frente a su presencia pues, o bien sucumbe volitivamente ante "un nuevo Dios", allí, en su mundo, o bien regresa a la seguridad del contexto habitual.
En el ejemplo que estamos estudiando, el sujeto cultural ha evitado notar el símbolo señalado por la razón y se ha compenetrado, con profundidad, en el concepto del pez real. Mas, "en lo profundo del concepto", esta el "núcleo connotativo", esa región de la cual partici­pan todos los conceptos del esquema del pez. Desde el núcleo connotativo es posible vislum­brar cualquier contexto común y, si así lo requiere la facultad traductiva, tornar horizontal el plano de algún concepto particular. Vamos a suponer, pues, que el sujeto cultural, al internarse en lo profundo del concepto, percibe la connotación del símbolo señalado. Esta posibilidad no es remota si se observa que dicho símbolo ha sido activado intencionalmente por la razón, vale decir, ha sido dirigido hacia sí mismo, con preferencias sobre los otros Arquetipos de la escala del designio; en otras palabras: dicho símbolo ha sido recientemente "destacado" por causa de la extrañeza que la fantasía produjo a la razón: desde el punto de vista potencial existe, así, una predisposición para que sea notado.
La vivencia profunda del concepto del pez CONNOTA en el sujeto cultural un concepto desconocido. El sujeto cultural, valiéndose de su facultad traductiva, torna horizontal el plano de significación de tal concepto y lo nota en su contexto. De esa manera descubre al Dios del ente, al símbolo arquetípico invertido que representa al Arquetipo universal del pez. Pero lo descubre EN UNA DE SUS FASES, BAJO SU ASPECTO MÍTICO, es decir, DESCUBRE A UN "DIOS PEZ". Y como tal, el Dios pez posee, no sólo brazos y alas, sino también corona, tridente, trono coralino, etc.; o sea: todo un contexto marino, un mundo propio en el cual su existencia tiene significado pleno.
A esta altura de la explicación hemos de hacer una importante aclaración. En efecto, sea que el mito haya sido connotado por el concepto habitual o sea que haya sido notado como concepto oblicuo, lo importante es que, cuando el sujeto cultural nota al mito en su contexto, pueden ocurrir dos fenómenos: que la potencia activa del mito domine a la voluntad del sujeto cultural o que la voluntad del sujeto cultural domine al mito. El caso que estamos estudiando corresponde al segundo fenómeno, pero vamos a comentar también el primero por ser causante de un tipo bastante frecuente de locura.
Primero - En principio hay que advertir que los "mitos", en tanto que símbolos arquetí­picos, ocupan un lugar, en el esquema, equivalente al que los Arquetipos que representan ocu­paban en la escala formativa o Plan del designio demiúrgico. Los mitos son, entonces, símbo­los bien trabados, que rara vez habrán de manifestarse por su cuenta. Y el contexto mítico es siempre un mundo desconocido e irreal, que sostiene pocos puntos de contacto con la realidad sociocultural.
De manera que la posibilidad que examinamos puede considerarse extrema, pues lo normal es la no manifestación del mito. Sólo la EXTRAÑEZA o el desconcierto de la razón, por causa de una fantasía o por cualquier otro motivo, incluso uno patológico, harán que el mito quede señalado y se destaque para la notación del sujeto cultural.
Observemos el primer fenómeno: la potencia activa del mito le permite dominar al suje­to cultural. ¿Cómo puede ser esto posible? Respuesta: Aunque en la Segunda Parte se verá en detalle, adelantemos que su visión produce una parálisis volitiva en el sujeto cultural, el que se ve compelido a identificarse con el mito y a acompañarlo en su proceso; claro, porque el mito es un símbolo arquetípico, se comporta como un Arquetipo, intentando desplegar su potencia formativa. Sin embargo acá no nos interesa tanto el CÓMO sino QUÉ ocurre cuando el sujeto cultural es FAGOCITADO[1] por el mito.
Para responder a tal interrogante digamos que, desde el punto de vista de la conducta, se está frente a un caso grave de locura; y, desde el punto de vista psicológico, que se verifica la ausencia del sujeto consciente. Es comprensible: la fagocitación del sujeto anímico por el mito se efectúa en la estructura cultural, que se halla bajo la esfera de sombra, es decir, en lo más profundo del inconsciente; en ese nivel, como "sujeto del mito", como "Dios viviente" (en su contexto), se concreta el término del sujeto anímico. No hay ya sujeto consciente ni conciencia alguna y, por el contrario, la estructura psíquica se ha reducido a lo inconsciente. ¿Qué ocurre, a todo esto, con el sujeto anímico? A los fines de esta breve explicación hay que considerar que, tras la fagocitación, EL SUJETO "ES" EL MITO. Se trata, desde luego, de una desvia­ción muy seria de los objetivos de la finalidad del pasú: el sujeto anímico, expresión del alma en las estructuras psíquicas, en lugar de impulsar el desarrollo de un sujeto histórico, que permita alcanzar la más alta armonía al microcosmos para así poner el máximo sentido en los entes del macrocosmos, se comporta como el Dios de UN ente. Toda la energía volitiva que el sujeto anímico disponía para desplegarse evolutivamente en complejas estructuras con esque­mas de miles, o millones, de entes, ahora se emplea para impulsar el proceso formativo de UN ente, para ser el Dios de UN ente. Para seguir con el ejemplo propuesto debemos imaginar que el sujeto anímico, transformado en Dios pez, se encuentra vivenciando, con el mismo grado de inteligencia de un pez, un mundo oceánico de características oníricas, fantásticas, míticas, en el cual su comportamiento es natural.
Naturalmente, un sujeto en tales condiciones ha de expresar una conducta grotesca, de­mencial, incomprensible aún para los psiquiatras. Basta pensar que en un caso de locura seme­jante el enfermo difícilmente consiga articular palabra del lenguaje sociocultural PUESTO QUE EL SUJETO SE ENCUENTRA RADICADO PERMANENTEMENTE EN EL PLANO CONTEXTUAL DEL MITO, EN EL MUNDO DONDE EL MITO TIENE SU SIGNIFICA­DO. Pero lo más notable es que quizá el enfermo exprese signos QUE SÓLO TIENEN SEN­TIDO EN AQUEL MUNDO DEL MITO. Por desgracia una demencia de este tipo siempre hace del hombre un imbécil; pero a dicho mal casi siempre se debe sumar la imbecilidad de­mencial de los terapeutas, quienes suelen ignorar dogmaticamente el funcionamiento estructural de la psique.
Segundo - Del enfrentamiento con los mitos no siempre sigue irremediablemente la lo­cura: por el contrario, el primer fenómeno indica claramente la necesidad de la DEBILIDAD VOLITIVA del sujeto anímico para desarrollarse. Un sujeto "normal" dispone invariablemente de suficiente energía como para evitar el hechizo del mito.
Si tal es el caso, si se trata de un sujeto "normal", entonces puede ocurrir el segundo fenómeno. Pero, si el sujeto es capaz de dominar la situación, si consigue abandonar al mito y a su contexto alucinante y regresar, por ejemplo, al plano del lenguaje habitual ¿por qué ha­blamos de "fenómeno"? ¿Acaso la mera notación del mito, el atisbo fugaz de su significado oculto, bastan para producir una consecuencia fenoménica? Respuesta: En efecto, el solo hecho de que el sujeto cultural establezca un contacto con el mito, por fugaz que este sea, genera la representación de un SÍMBOLO SAGRADO; la emergencia de los símbolos sagrados consti­tuye, PARA EL SUJETO CONSCIENTE, el "fenómeno del mito". La respuesta será clara si tenemos presente todo lo que sabemos sobre la figura 21. Allí se ha mostrado un CASO GE­NERAL de representación consciente (I’): en general, el sujeto cultural concibe un símbolo representativo (I) cada vez que anima un concepto tajada (xx). Consecuentemente, en el CASO PARTICULAR de que el concepto comprenda a un mito, el fenómeno ha de ser análo­go al que describe la figura 21. Vale decir: la representación racional del concepto "mito" ha de ser el "símbolo sagrado".
De acuerdo con lo estudiado el símbolo sagrado, en tanto que la representación racional de un concepto, emergerá también hacia la esfera de luz como idea, es decir, imagen y signifi­cado; por supuesto, tal "imagen" corresponde formalmente al símbolo sagrado y, como todo símbolo, su complexión substancial estará constituida por la energía psíquica con todas sus notas. La potencia activa del concepto-mito determina la dirección de la energía del símbolo emergente por su referencia a sí mismo; el símbolo sagrado tiene, así, "primera intención", mas ¿cómo está compuesta esta referencia a sí mismo del concepto-mito? vale decir ¿a qué caso, de los estudiados en el comentario Octavo del articulo 'F', responde la emergencia del símbolo sagrado? Respuesta: El caso es, sin dudas, el (c), aquél en que la referencia a sí mismo se compone de un referencia afectiva, IRRACIONAL, de gran magnitud y de una referencia ra­cional débil; es este caso, el símbolo se inclina hacia la esfera afectiva, hacia el corazón, hacia el sujeto irracional. Pero lo interesante aquí es entender porque el símbolo sagrado emerge según el caso (c). Y el motivo es el siguiente: la razón, al interpretar el designio de un ente externo, por ejemplo un pez, refiere con respecto a si mismo la potencia del esquema del pez; los com­ponentes de esta referencia son: fijos y característicos de cada esquema, pues dependen de la impresión con que los entes afectan las esferas racional y afectiva al ser conocidos; pero, no obstante que PARA TODO EL ESQUEMA existe una referencia a sí mismo en función de las referencias racional y afectiva FIJAS, los componentes de la referencia a sí mismo PUEDEN VARIAR CON CADA CONCEPTO DEL ESQUEMA; el grado de tal variación está en rela­ción directa con la evolución de la facultad traductiva del sujeto cultural: la variación se pro­duce CADA VEZ QUE EL SUJETO NOTA UN CONCEPTO DE UN LENGUAJE NO HABITUAL O SIMPLEMENTE DESCONOCIDO; la ley es: CUANTO MÁS DESCONO­CIDO SEA EL LENGUAJE CONTEXTUAL, EN QUE ES NOTADO UN CONCEPTO, TANTO MAYOR SERÁ LA MAGNITUD DE LA REFERENCIA AFECTIVA, IRRACIONAL, QUE INFLUIRÁ EN LA DIRECCIÓN DEL SÍMBOLO HO­MÓLOGO EMERGENTE; por el contrario, cuando el lenguaje es habitual, las referencias (3) y (4) son equilibradas y componen una referencia a sí mismo del caso (a), capaz de dirigir la energía del símbolo emergente directamente a la esfera de luz.
El mito, por ser notado en el lenguaje contextual de un plano de máxima oblicuidad, causa una referencia afectiva de gran magnitud que inclina, según vimos, al símbolo sagrado hacia la esfera afectiva y el sujeto irracional. Cuando estudiemos el comportamiento autónomo del mito, en el próximo articulo, se pondrá en evidencia la importancia que reviste el hecho de que el símbolo sagrado pertenezca al caso (c).
En lo que sigue, partimos de la hipótesis de que el símbolo sagrado emerge en la esfera de luz y se presenta frente al sujeto consciente. El término de esa emergencia es la fantasía, a la que el símbolo sagrado SE SUPERPONE, del mismo modo que lo hace cualquier símbolo o representación consciente para responder a la flexión cognoscitiva del sujeto consciente.
Regresemos ahora al punto de vista del sujeto consciente y hagamos un resumen de lo ocurrido hasta aquí. En principio el sujeto percibe directamente a la fantasía del pez alado; las flexiones que realiza para comprenderla provocan la reacción de la razón y su respuesta condu­ce al sujeto cultural a notar el concepto del pez real y a producir su representación racional; casi instantáneamente emerge la imagen del pez real y se superpone a la fantasía; el sujeto consciente apercibe entonces que la fantasía ES un pez, pero, simultáneamente, intuye que la descripción es incompleta; al mantener su atención reflexiva dirigida a la fantasía, con el obje­tivo de comprender los brazos y las alas, que aún carecen de significado (racional), el sujeto consciente "obliga" al sujeto cultural a profundizar en el concepto-tajada del pez real; se pro­duce, así, un flujo de imágenes del pez real que, en procesión, se van superponiendo a la fan­tasía y ocasionan, al sujeto consciente, la apercepción de que la fantasía se va tornando cada vez mas significativa. En este punto habíamos quedado.
Observemos que ese mayor significado que el sujeto consciente apercibe en la fantasía, a cada instante, implica una denotación cada vez menor del pez real y cada vez más aproxima­da al pez alado. Sin embargo, hasta aquí, el fenómeno no difiere en nada del enmascaramiento racional de las fantasías que estudiamos en el comentario Segundo del articulo anterior.
Por supuesto, cuando la situación cambia radicalmente es en el momento en que emer­ge, en la esfera de luz, el símbolo sagrado: ENTONCES LA FANTASÍA DEJA DE IN­TER­VENIR EN EL FENÓMENO Y SE AUSENTA DEFINITIVAMENTE DEL PLANO OB­JETIVO. ¿Por qué? Respuesta: Porque el enmascaramiento por un símbolo sagrado resulta energéticamente insuperable para cualquier objeto ideal. Ahora bien, toda representación consciente, aun aquella que enmascara a una fantasía, intenta desplegar en un proceso la po­tencia de sus símbolos arquetípicos, proceso que, según vimos, enajena la atención del sujeto consciente y pone a prueba su fuerza volitiva: EL SÍMBOLO SAGRADO, COMO TODA REPRESENTACIÓN QUE ENMASCARA A UNA FANTASÍA, INICIA UN PROCESO ENTELEQUIAL AUTÓNOMO EN EL INSTANTE MISMO QUE IRRUMPE EN LA ES­FERA DE LUZ. Pero hay una diferencia entre ambos procesos, una esencial y peligrosa dife­rencia: mientras que toda representación esta referida a sí mismo, al esquema de sí mismo, es decir, a la esfera de conciencia, el símbolo sagrado se presenta en la esfera de luz REFERIDO AL SUJETO CONSCIENTE; ocurre así porque el símbolo sagrado se ha montado, de entrada, sobre una fantasía, sobre un objeto ideal sostenido esencialmente por el sujeto. Esto se enten­derá mejor si recordamos que toda fantasía representa objetos, o situaciones objetivas, IRREALES, sin existencia en el mundo exterior; tales objetos irreales, "objetos de la fantasía" o "fantasmas", sólo pueden existir en la mente como productos del sujeto consciente. El sujeto consciente sostiene la existencia de la fantasía, por más evidentemente irreal que sea su conte­nido, y por eso el símbolo sagrado, que se superpone a ella, que de ella recibe su fundamento, resulta también esencialmente apuntalado por el sujeto consciente, referido a éste.
Resulta clara la diferencia apuntada: toda representación consciente, por su primera intención, esta referida a sí mismo; las fantasías, en cambio, no poseen primera intención, son producto del sujeto consciente, "CREACIONES", y están sostenidas por éste; el símbolo sa­grado, cuya emergencia tuvo como origen la apercepción de una fantasía, se manifiesta frente al sujeto consciente, EN SUSTITUCIÓN DE LA FANTASÍA, como objeto de apercepción; en consecuencia: sostenido por él y referido a él. Esta diferencia referencial, que hemos tratado de aclarar, implica un efecto diametralmente opuesto al causado por los procesos entelequiales. Si el objeto ideal es una representación, referida a sí mismo, SU PROCESO SE DESARROLLARA FRENTE AL SUJETO, COMO ESPECTÁCULO; y el sujeto consciente, como espectador, podrá ATENDER o no a tal espectáculo: si desea conocer pondrá atención en el proceso, mas su energía volitiva le ha de permitir interrumpirlo retirando la atención, quitándolo del presen­te. Por el contrario, INTENTARÁ DESPLEGAR SU PROCESO SOBRE ÉL, INVOLUCRÁNDOLO COMO AUTOR Y NO COMO MERO ESPECTADOR.
Naturalmente, un símbolo sagrado puede ser también dominado volitivamente por el sujeto consciente; pero tal posibilidad es efectivamente remota para el pasú y sólo un tipo de virya, el "gracioso luciférico"  conseguirá realmente detener su proceso; la relación que se esta­blece entre un símbolo sagrado y el sujeto consciente del virya, o "Yo", se denomina TEN­SIÓN DRAMÁTICA y será objeto de profundo estudio en la Segunda Parte. Pero aquí esta­mos considerando al pasú: a un tipo ejemplar de pasú altamente evolucionado cuyo compor­tamiento y constitución psíquica nos permitirá posteriormente comprender la doble naturaleza del virya, es decir, NOS PERMITIRÁ DESCUBRIR, EN EL MICROCOSMOS MORTAL, EL ALMA INMORTAL Y, CAUTIVO EN EL SENO DEL ALMA INMORTAL, AL ES­PÍRITU ETERNO. Por eso, en este y en el próximo artículo, supondremos que el sujeto cons­ciente del pasú NO CONSIGUE dominar al símbolo sagrado.
¿Qué ocurre entonces? Para mostrarlo de manera mas gráfica podemos decir que el sujeto consciente, que se hallaba en plena apercepción de la fantasía, comprueba de pronto que la imagen ha "cobrado vida" y se ha independizado de su voluntad. Vale decir: el símbolo, que representa al mito, se convierte en su personificación activa; amenaza desplegarse y fagocitar al sujeto; y el sujeto, que no advierte la transición entre fantasía y mito, experimenta la eterna situación del creador cuya obra escapa a su control y se individualiza. Una situación semejante ha sido proyectada en mil obras literarias, desde los "maestros" que iluminan y modelan la mente de discípulos (sus "obras"), quienes luego se independizan y traicionan a los maestros, hasta esos Dioses primitivos cuyas creaturas, sean hombrecillos de barro o ángeles, se revelan e intentan disputarse el poder. Pero, en verdad, despojando al fenómeno de todo ARGUMEN­TO MÍTICO, es decir, de las costras culturales, puede verse que la oposición creatura-creador tiene su origen en la tensión dramática entre el símbolo sagrado y el sujeto consciente.
Una fantasía, un objeto irreal cuya existencia depende de la voluntad del sujeto, se torna autónomo en un instante y amenaza peligrosamente apoderarse de la voluntad del sujeto ¿qué ha pasado en realidad?: Que el sujeto consciente NO ADVIERTE LA SUSTITUCIÓN DE LA FANTASÍA POR EL MITO y cree presenciar un mismo fenómeno en su continuidad pro­cesual. Mas la fantasía, el objeto producido por el sujeto consciente, ha dejado efectivamente de intervenir en el fenómeno desde el instante en que el símbolo sagrado emergió en la esfera de luz. Y resulta, al fin, que el sujeto es víctima de un engaño: no es creador ni mucho menos del monstruo que intenta devorarlo. La falsificación, como vimos, ha sido efectuada por el símbolo sagrado; si hay un culpable del engaño, sin dudas esta aquí, DETRÁS DEL SÍMBO­LO SAGRADO. Pero ¿qué es un símbolo sagrado?: NO SÓLO "LA REPRESENTACIÓN DEL MITO" SINO EL TERMINO DE UNA PROCESIÓN DE FORMAS QUE ARRANCA EN EL ARQUETIPO UNIVERSAL, "QUIEN ESTÁ, SEGÚN SABEMOS, SOSTENIDO POR LA VOLUNTAD DEL DEMIURGO". He aquí al culpable DETRÁS del símbolo sagra­do: mito o símbolo arquetípico, Arquetipo invertido, designio demiúrgico, Arquetipos univer­sales, Demiurgo El Uno. En el principio de la serie arquetípica, alentando el desenvolvimiento del símbolo sagrado, esta el Demiurgo: ¿por qué? ¿Para qué? Respuesta: EL DEMIURGO HA PREVISTO, EN SU PLAN, LA ACTIVIDAD QUE LOS SÍMBOLOS SAGRADOS HA­BRÁN DE DESPLEGAR EN EL MICROCOSMOS Y ES SU INTERÉS QUE TALES SÍMBOLOS SE MANIFIESTEN AL SUJETO CONSCIENTE. Desde luego, esta respuesta sólo puede significar una cosa: LOS SÍMBOLOS SAGRADOS DEBEN CONTRIBUIR A CONCRETAR EL OBJETIVO MICROCÓSMICO DE LA FINALIDAD. ¿Cómo? Otorgan­do al sujeto consciente la posibilidad DE SUPERAR LA CRISIS. La posibilidad de emplear al símbolo sagrado como puente metafísico sobre el abismo de la crisis será expuesta, también, en el próximo articulo.
Lo importante ahora es comprender que los símbolos sagrados desde el momento en que se produce la emergencia, trascienden el plano físico del microcosmos y PARTICIPAN DEL PLANO METAFÍSICO DEL MACROCOSMOS. (Por eso los símbolos sagrados son los úni­cos signos metafísicos válidos, los verdaderos fundamentos de toda Metafísica; contrariamente, se debe negar el título de "Metafísica" a toda ciencia cuyo objeto no sea el conocimiento de los símbolos sagrados; y, por ultimo, la más elevada Metafísica es la Gnosis Hiperbórea, porque los símbolos sagrados constituyen para ella el principal objetivo de su indagación). Esta "participación metafísica" significa que el símbolo sagrado representa tanto al mito, o símbolo arquetípico, estructurado en el esquema del microcosmos como un Arquetipo psicoideo del macrocosmos: su "verdad" es una verdad trascendente. Mas ¿por qué tal trascendencia sólo es posible CUANDO EL SÍMBOLO SAGRADO EMERGE, es decir, cuando se hace consciente, y no antes? Respuesta: Porque sólo entonces, cuando "hay símbolo sagrado", "representación de un mito", se da el caso de que un símbolo arquetípico, situado al principio de la escala for­mativa del designio, sea ACTIVADO ENERGÉTICAMENTE POR SEPARADO: al actuali­zar el símbolo sagrado se desengancha un eslabón de la cadena; pero tal eslabón sólo puede existir por separado si PARTICIPA de un Arquetipo universal y es sostenido por éste. Hemos visto que el mito puede fagocitar al sujeto cultural mientras se encuentre en su contexto esque­mático y en tanto el sujeto manifieste debilidad volitiva; pero si el sujeto se retira a su contexto habitual el mito no significa nada; incluso el sujeto podría ignorar toda la vida, y esto es lo más común, la existencia de los mitos estructurados. Pero, si un mito es representado fuera de su contexto, ello equivale a separar el primer eslabón de una cadena evolutiva que va del Ar­quetipo universal al ente, vale decir, EQUIVALE A ACTUALIZAR EN EL MICROCOS­MOS UN ARQUETIPO UNIVERSAL EN EL PRIMER INSTANTE DE SU DESPLIEGUE EVOLUTIVO. De modo que el símbolo sagrado, al emerger de la esfera de luz y sustituir a la fantasía como objeto de apercepción del sujeto consciente, ESTÁ PONIENDO AL SUJETO CONSCIENTE NO EN UN MERO CONTACTO CON EL MITO ESQUEMÁTICO SINO CON UN ARQUETIPO UNIVERSAL, Y, A TRAVÉS DE ÉL, CON EL DEMIURGO. Es cierto entonces que todo símbolo sagrado, cualquiera sea su signo, desde el complejo Zeus olímpico hasta la abstracta cruz, representan al Dios del Universo, a El Uno, al Demiurgo cósmico: el símbolo sagrado, en un trasfondo metafísico que hay que trascender, participa, o es la manifes­tación revelada, de la Voluntad de El Uno. 
La Voluntad del Demiurgo, presente tras los símbolos sagrados, explica por qué su aparición frente al sujeto consciente no causa jamás una locura del tipo descripto como "primer fenómeno". Aquí, por el contrario de una regresión formal al mundo primitivo del mito, se co­rre el "peligro" de convertirse en "representante de Dios en la Tierra", profeta, enviado divino, reformador social, héroe, hombre del destino etc.; vale decir, se corre el peligro de que el sujeto anímico se identifique con una función colectiva y cese de evolucionar como individuo. Tal el "peligro" que corre EL SUJETO CONSCIENTE si es fagocitado por el símbolo sagrado; pero en este caso se trata de una locura "legal", necesaria para los objetivos micro y microcósmicos de la finalidad del pasú. Esto será demostrado en la Segunda Parte, aunque conviene adelantar que para el virya, cuyo interés declarado consoste en liberar su Espíritu Hiperbóreo, no existe peligro más grande que la identificación del sujeto con un mito colectivo: EN SU CASO ello implica en verdad algún tipo de trastorno mental, desde la disolución del sujeto consciente hasta su fragmentación esquizofrénica.
No podemos acabar este artículo sin mencionar al pasú de nuestro ejemplo. Su fantasía del pez alado se convirtió, de repente, en un Dios pez autónomo; a partir de ese hecho la actitud del pasú será típica: o se identificará con el mito y se convertirá, para la comunidad, en su representante viviente, o le adorará, sin identificarse completamente, y se transformará en su profeta. En este último caso REVELARÁ a la comunidad el símbolo sagrado del Dios pez EXPRESANDO SU SIGNO; y, en la medida en que los miembros de la comunidad introyec­ten el signo y accedan al símbolo sagrado, al contacto con el mito, el mito reinará no adentro sino afuera, como Mito, vale decir, como Arquetipo psicoideo. Desde luego, al adorar al Mito, al Dios pez, a Dagón, la comunidad adora en realidad al Demiurgo, al Dios Uno, cumpliendo con su finalidad macrocósmica.



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